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El soldado alto

 

A finales de julio de 1938 la guerra llegó a Corbera de Ebro. Llegó por el aire. Los habitantes ya sabían que esta forma de guerra existía. En la pequeña localidad había muchos refugiados de Tarragona donde ya estaban experimentados frente a las incursiones aéreas de los aviones alemanes e italianos que apoyaban al bando nacional. Pero en Corbera no había refugios aéreos. ¿Qué necesidad? ¿Por qué iban a bombardear esta pequeña localidad de apenas 2.000 habitantes?
Manuel Álvarez tenía 11 años y era uno de los desplazados. Llevaba varios meses en el pueblo ocultándose de las bombas que, desde el comienzo del conflicto, le rondaron en la capital de la provincia. Sus padres le enviaron a Corbera con sus tíos para que estuviera seguro. Sin saberlo le habían enviado al corazón de uno de los frentes de batalla más importantes de la Guerra Civil.
La superioridad aérea del bando sublevado rompía las líneas republicanas sin distinguir entre civiles y militares. El pueblo fue tomado por los nacionales y después recuperado por los republicanos. Aquel día de julio Manuel se despertó con el sonido de los bombarderos decididos a revertir el avance de las tropas republicanas. Su tío Ramón preparaba unas salchichas para desayunar, el niño no tenía hambre pero su tío insistió en que comiera mucho porque iban a necesitarlo. "Presiento que hoy va a ser un día muy largo", dijo Ramón.

Y así fue. Las bombas empezaron a borrar las casas de la localidad, una detrás de otra. Los vecinos se fueron congregando en la casa de sus tíos porque tenía unos muros muy robustos de piedra. Pero no resistieron. Manuel escapó de casa de sus tíos junto con Rosita, una joven de la localidad con la que compartió suerte durante el bombardeo. Tras varios escondites se pudieron alejar del pueblo, pero las bombas seguían cayendo. Siguiendo el camino que va a los lavaderos públicos del pueblo, se refugiaron en un caseta junto al depósito de agua de Corbera. Allí se escondieron entre los motores diésel de las bombas que servían para extraer agua de un pozo. "¡Nos están persiguiendo hasta aquí mismo!", gritó Manuel. Y entonces la caseta de ladrillo cayó sobre sus cabezas y Manuel sintió que estaba enterrado bajo los escombros. Pero todo empezó a moverse a su alrededor a gran velocidad. El depósito de agua del pueblo había sido destruido y ahora el agua le arrastraba en medio de un lodazal.
Lo siguiente que recuerda Manuel, y que refleja en su libro de memorias “El soldado alto”, es que un hombre le agarró, le sacó de la corriente y se lo llevó sobre sus hombros hacia el pueblo. El pequeño herido preguntaba por su amiga Rosita y el soldado sólo decía dos palabras en español: "Yo canadiense". Era un brigadista del batallón Mackenzie-Papineau formado por voluntarios canadienses e integrado, junto con otras unidades de extranjeros como la Abraham Lincoln de brigadista estadunidenses, en el XV batallón de las Brigadas Internacionales.

Su nombre era Jimmy Higgins, pero eso Manuel no lo pudo saber hasta cuatro décadas después. De su rescate sólo recuerda que fue trasladado a una bodega de Corbera que se había convertido en centro de auxilio. Desde allí fue llevado a la cueva de Santa Lucía, en la localidad de La Bisbal de Falset, donde los republicanos habían improvisado un hospital de campaña y al que eran trasladados los heridos de las localidades cercanas afectadas por la Batalla del Ebro.
En su libro apenas refleja algunos detalles de paso por el hospital de campaña, que pasó varios días semiconsciente y que fue de nuevo trasladado. No supo que había sido fotografiado por Wainman. En el momento en el que Alec Wainman tomó la foto de Manuel Álvarez en la cueva, estaba en el Ebro trabajando para la República como secretario de Prensa. Su hijo Alex ha compilado las fotos de Wainman en el volumen Almas Vivas (Editorial Milenio) bajo el pseudónimo de Serge Alternês. Las imágenes llegaron a él a través de una amiga de su padre que había recuperado las fotografías de la casa de un editor jubilado y fallecido del Soho, quien las había guardado en un maletín. Alternês ha querido en este libro acercarse a la figura de su padre como un personaje, no como su progenitor.

El día que fue herido fue el más largo de su vida, como había vaticinado su tío. Y le marcó para siempre. Rosita murió y en su memoria quedó grabado para siempre que le había salvado la vida un hombre alto de Canadá. Cuando se reencontró con su familia, su padre empezó la búsqueda del canadiense. "Hemos de hacer todo lo posible por conocer el nombre del soldado que salvó tu vida". Y el deseo de su padre se convirtió en la obsesión vital de Manuel Álvarez.
Manuel se alistó en la Armada Española donde se licenció en 1957. Con 25 años se incorporó a la marina mercante noruega y pasó siete años de su vida de puerto en puerto aprendiendo todo tipo de oficios con el objetivo, siempre presente, de obtener el permiso de entrada para vivir en Canadá.
Cuando lo consiguió buscó al soldado durante años, contactando con los grupos de ex combatientes. Vivió en Quebec y en Vancouver donde se instaló con su mujer Victoria y tuvo una hija, Vicky. Creó un próspero negocio de venta de coches y obtuvo la ciudadanía canadiense en 1963.
En enero de 1978 recibió una llamada de Lionel Edwards del grupo de veteranos del batallón Mackenzie-Pampideau.
- Manuel, creo que hemos encontrado a tu hombre.
El Mac-Pap que le había salvado la vida, Jimmy Higgins, vivía en Peterborough, localidad de Ontario. El 19 de mayo de 1978, treinta y nueve años, nueve meses y veintiún días después de que le salvara la vida, Manuel conoció a Higgins.
Cuando Manuel Álvarez llamó al canadiense por teléfono, la historia cuadró: él era el soldado alto y el niño convertido en adulto iba a verlo. Jimmy Higgins tenía 71 años cuando recibió la visita de Manuel Alvárez. "No creía en los milagros, pero ahora sí", dijo a la prensa canadiense cuando se produjo el encuentro el 19 de mayo de 1978 con Manuel Álvarez. Cuarenta años después de su paso por Corbera de Ebro, el ex brigadista se acordaba de haber sacado a un niño de un torrente de agua en el frente de la Batalla del Ebro, pero no tenía ni idea del nombre de la localidad.
Al fin y al cabo salvar a un niño no era más que una anécdota en medio de su experiencia traumática de una guerra que había quedado atrás y de la que sólo se acordaban unos ex combatientes que solo recibieron desprecio por parte del Gobierno canadiense.
En el epílogo de su libro, Manuel Álvarez destaca la amargura de aquellos ex soldados ignorados a los que llegó a conocer bien en su búsqueda. Manuel se sentía muy agradecido a Canadá por abrirle sus puertas, "pero esta gratitud no disminuye mi repulsión a la actitud de los sucesivos gobiernos canadienses con respecto al batallón Mackenzie-Papineau", señaló.
Álvarez ofrecía su libro y su persona como testimonio vivo de que la labor de los brigadistas había merecido la pena. Con la publicación de su libro, hoy descatalogado, había cumplido su parte, había cumplido la promesa de su padre. Su padre buscó al soldado que había salvado a su hijo, para darle las gracias, sin éxito.

"Recuerdo la circunstancia en la que salvé un muchachito cuando la retirada. Ocurrió en una de las muchas aldeas o pueblos por los que pasamos o permanecimos por breve tiempo en una de las localidades próximas al río Ebro.
(...)
José y yo nos encontrábamos donde los del pueblo tenían un depósito de agua, fue aquí donde un avión hizo un impacto directo sobre dicho depósito. Justo después de la explosión fue cuando José advirtió que alguien estaba siendo arrastrado por la corriente originada por el depósito de agua destruido me saqué el capote dije a José que sostuviera las tres granadas de mano y tuviese a buen recaudo la ametralladora y me metí en la corriente de agua tratando de coger a un niño de unos 12 años de edad.
Al cabo de unos minutos logré arrastrarle hacia la orilla, como quiera que el muchachito no podía andar por las lesiones que había recibido en las piernas lo llevé a cuestas a la bodega mientras el muchachito recibía los primeros cuidados a fin de poder trasladarle a un hospital de la retaguardia ".

Esta narración de Jimmy Higgins pertenece a un manuscrito inédito que recoge Manuel Álvarez en "El soldado alto" y que el brigadista compartió con otros voluntarios canadienses. El texto fue clave para que español diera con él. A través de una circular de la asociación de ex combatientes en la que se hablaba de la búsqueda de Álvarez varios brigadistas reconocieron haber leído el episodio en un escrito de Higgins.

¿Quién era el capitán Medina?
"El Capitán Medina era el tipo de oficial que los soldados sueñan con mandarles, pero rara vez lo hacen. Había estado en algunas situaciones difíciles con él, y nos salvamos la vida el uno al otro más de una vez. Más tarde se convertiría en el jefe de inteligencia de la brigada. Siempre lo consideraré el mejor oficial que tuve junto a mí en la batalla ". Jim Higgins

 

Aquí podéis ver un pequeño video del encuentro.

Más información en:

Janette Higgins: Author-Editor
Fighting for Democracy: The True Story of Jim Higgins
Jim Higgins memoir

Jimmy Higgins - Manuel Álvarez

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